Es curiosa la facilidad con la que los religiosos
consiguen nuevos integrantes; no se les pregunta si quieren pertenecer a su
religión o no, basta con salpicar un poco de agua bendita sobre un infante que
no es capaz de entender lo que está sucediendo ¡y listo! Ya es considerado un
católico. Eso fue lo que me pasó a mí. Nunca me presentaron los términos y
condiciones que implicaban formar parte de esta organización, como nadie nunca
los lee, los católicos supusieron que no era necesario comentarlos, es más, ni
siquiera establecerlos, pues su religión está basada en un lema: “no pienses, sólo
acepta”.
Cuando era niño (muy niño), tenía la costumbre de asistir
a la iglesia todos los domingos, era genial visitar la casa de Dios, nuestro
salvador, omnipotente, todopoderoso, inmortal, apuesto etc. Yo creía que era
importante agradecerle la vida y todo lo que nos había otorgado, pues él nos
“amaba infinitamente”; sin embargo, nunca me consideré alguien profundamente
católico, a pesar de tenerle tanto respeto a la religión.
A la edad de nueve años, mi mamá decidió inscribirme a
clases de catecismo, con el fin de aprender más sobre Dios y la religión a la
que pertenezco (o más bien, pertenecía). Los primeros días en esa escuela, nos
enseñaron un poco sobre la historia de Jesús, como por ejemplo: la vez que
multiplicó los panes y los peces para dárselos a los pobres. Era sorprendente
la manera en la que los maestros nos explicaban a mí y a mis compañeros todos
esos relatos, pues parecían estar completamente seguros de lo que estaban
diciendo. Recuerdo que un día, un alumno preguntó: si Dios creó el mundo,
¿Quién creó a Dios?, el maestro respondió firmemente: “Dios siempre ha existido”
(Es curioso, el universo necesita creador, pero Dios no), fue entonces cuando mi
vida comenzó a llenarse poco a poco de dudas, falacias, aprendizajes sin
sentido etc.
Conforme el tiempo pasaba (En mi escuela de catecismo por
supuesto), más ridiculeces absurdas (así es, ridiculeces absurdas) aprendía:
“Podemos mover una montaña con tan solo tener fe”; sin embargo, en ese entonces
yo las aceptaba como si fueran la verdad y trataba de cuestionarme lo menos
posible, pues no estaba acostumbrado a quejarme, aceptaba lo que sucedía en mi
vida diaria y aceptaba lo que me decían las personas de autoridad (en este caso
los religiosos).
Es increíble la manera en la que me fui convirtiendo en
una persona más conformista, menos crítica y menos realista, poco a poco mi
cerebro estaba siendo lavado por una mentalidad infantil. No obstante, después
de unos años comencé a preguntarme si realmente era
necesario asistir a la iglesia, ¿Por qué necesitamos alabar a Dios?, o mejor
dicho ¿Por qué Dios necesita ser alabado?, si Dios es omnipotente,
infinitamente poderoso, etc. Entonces, vuelvo a la pregunta ¿Por qué quiere que
lo alabemos?, ¿Acaso mejoraremos su autoestima? Mi abuela me decía que era
importante “agradecerle la vida”, tal como lo mencioné al principio del
escrito, pero esta vez la respuesta no sonó tan satisfactoria.
Seguí viviendo feliz y conforme hasta que pasé a primer
año de preparatoria, este año sería muy especial, puesto que cursaría este
grado en un nuevo país, Canadá, uno de los mejores años de mi vida, lleno de
aventuras y aprendizajes, pero ese es otro tema, sin embargo, algo importante
sucedió durante mi estancia. Un día, me encontraba aburrido y cansado en mi
cuarto, me quedé pensando en silencio durante un tiempo, cuando recordé el tema
de la religión, rara vez asistí a la iglesia en Canadá, por lo que la religión
fue un tema prácticamente olvidado, así que el retomarlo fue un poco extraño,
por alguna razón, comencé a preguntarme ¿en qué estoy creyendo?, ¿en qué están
basadas mis creencias?, ¿en verdad tienen sentido?... ¿Existe Dios?
Todas las preguntas que no me había cuestionado en todos
mis años como católico vinieron a mi cabeza en un abrir y cerrar de ojos, ya no
estaba seguro de lo sólidas que eran mis creencias, así que decidí buscar en
youtube (por más ridículo que parezca) “Dios no existe” y casualmente, encontré
un video llamado: “Dios no existe”, lleno de curiosidad y dudas, decidí verlo.
Quedé sorprendido. Por más extraño que parezca, el video estaba muy bien
argumentado y con un lenguaje formal. Básicamente, hablaba sobre lo
incongruente que era la creencia de Dios.
Tuve que pensar por un tiempo, es difícil describir lo
que sentí en ese momento, normalmente a los religiosos no les gusta ser
refutados, cada vez empiezan a sentirse incomodos, tratan de evadir el tema,
pues no les gusta la idea de la no existencia de Dios. Lo que yo hice, fue
romper con esa mentalidad y exponerme para ser refutado.
Cuando regresé de Canadá, mi fe en Dios era prácticamente
inexistente y mi mentalidad ya no era la misma, pero lo que verdaderamente me
impactó y cambió mi punto de vista por completo fue un libro, “The blind watchmaker”,
uno de los capítulos de este libro está centrado en refutar la “la necesidad de
un Dios, para mantener el orden en el universo”, los católicos (incluyéndome a
mí cuando lo era) están a acostumbrados a creer que sin un Dios, todo el
universo sería un caos, pues no habrían reglas ni control sobre las cosas, cuando
en realidad, el orden existe donde sea que haya materia y energía, si visitas una playa de piedritas, te darás
cuenta de que no están colocadas en posiciones aleatorias, las más pequeñas se
encuentran en las zonas segregadas y las más grandes en partes diferentes, esto
sucede por el simple movimiento de las olas, las cuales no tienen mente ni
propósito, solamente mueven las piedritas, sin embargo, ya están generando un
orden. Lo mismo sucede con las dunas de arena, estas adquieren una cierta forma
por el simple movimiento del aire.
¿A qué trato de
llegar con esto?, Todo lo que sucede es debido a reglas naturales, no por un
Dios controlador, no es un accidente que el pasto sea verde, ni que el cielo
sea azul, ni que la Tierra este viajando a la velocidad exacta para mantenerse
en su órbita, una serie de acontecimientos sencillos y graduales basados en las
reglas naturales son suficientes para crear un mundo complejo, y ese fue el
principal punto del libro que me convirtió en una persona atea, el saber que no
dependemos de un Dios para existir.